miércoles, 3 de noviembre de 2010

¿Existía vida antes de los móviles?

El otro día acudí a la Fiesta de la Cerveza de Madrid.

No es que estuviera muy bien ambientada, si no fuera por las mesas corridas y algunas Fräulein que pululaban por allí más bien parecería que estuviéramos en las fiestas patronales de cualquier pueblo de la geografía española. El caso es que, no sé muy bien porqué, me acordé de una visita que hice en una ocasión a la Hofbräuhaus de Múnich.


Fue hace muchos años cuando aún no se habían popularizado los teléfonos móviles (ni por supuesto el roaming) y al único que veíamos hablar por móvil era a Michael Douglas... y sólo en las películas de Hollywood. Tal vez fuera porque los primeros teléfonos móviles pesaban 5 kg.



En cualquier caso, resulta que había planeado con un par de amigos (Alfonso y Raquel) realizar un viaje por Alemania y Austria, mientras que otro amigo mío (David) planeaba a su vez recorrer Europa con su primo gracias al Interrail. Mientras estábamos planificando nuestros respectivos viajes, plano de Europa desplegado sobre la mesa de una cafetería del centro de Madrid, se me ocurrió que sería divertido que nos encontráramos en algún lugar de la vieja Europa. Después de estar un rato cuadrando los itinerarios previstos, nos dimos cuenta de que podíamos coincidir en una fecha y lugar: 9 de julio en Múnich. Faltaba por decidir la hora y el sitio concreto. David planeaba pasar la noche previa en Múnich, pero nosotros pernoctábamos en Inzell, a unos 200 km., por lo que no podríamos llegar allí hasta mediodía. Y con respecto al sitio de la cita no se nos ocurrió un lugar más típico que la Marienplatz (la "plaza mayor" de Múnich).

De modo que nos citamos, con una anticipación de tres semanas, en un lugar a 1.500 km. de distancia.

Y, oye, el día 9 de julio a las 12:00 estábamos todos juntos allí en Múnich, viendo el espectáculo del carrillón del reloj de la Marienplatz. Y no hizo falta que nos llamáramos al móvil, cinco minutos antes de llegar, para decir “estoy llegando”.



Después nos fuimos a celebrar nuestro feliz encuentro a la cercana Hofbräuhaus. Una cervecería muy pintoresca en la que siempre hay una banda tocando en directo y la cerveza (su propia cerveza, fabricada allí mismo) corre a raudales por las mesas. Un lugar fantástico si no fuera porque tiene un pasado un poco escalofriante. Era un lugar habitual de reunión del Partido Nazi y, de hecho, allí se inició en 1923 un golpe de estado frustrado (el famoso Putsch de Múnich) protagonizado por Adolf Hitler. Claro que nada que ver con los sudores fríos que nos corrieron por la espalda esa misma tarde, cuando nos encontramos en el Deutsches Museum con un viejecito alemán que presumía de haber luchado con la Legión Cóndor en la Guerra Civil Española (“mit Franco” como decía él), pero esa es otra (escalofriante) historia…

Pero, a lo que iba, todo esto me llevó a pensar en el uso que a veces le damos a la tecnología, y a los teléfonos móviles en particular. Está claro que los teléfonos móviles nos facilitan la vida, pero por otro lado también nos la complican. Yo, verbigracia, ya no puedo salir a la calle sin él, es como si me sintiera desnudo, y sufro horrores cuando me quedo sin batería sin tener cerca un cargador. Y, paradójicamente, mientras nos permiten acercarnos a los que están lejos, en ocasiones nos alejan de los que están más cerca. No es la primera vez que estoy con alguien que no cesa de aporrear el teclado del móvil, hasta que me dan ganas de preguntarle si está conmigo o con sus amigos del smartphone.

Por otro lado, ¿realmente necesitamos todas las prestaciones que nos ofrecen los nuevos teléfonos móviles? Conozco a más de uno por ahí que lleva un iPhone en el bolsillo que luego sólo utiliza para llamar y enviar mensajes. Y, yendo más allá, ¿realmente necesitamos los teléfonos móviles? Quiero decir, que si mañana dejaran de funcionar todos los teléfonos móviles en el mundo, ¿volveríamos a la Edad de Piedra?