jueves, 31 de marzo de 2011

Islas de la Desolación

Las islas Kerguelen se encuentran ubicadas en el sur del océano Indico, a medio camino entre Sudáfrica y Australia (siguiendo la ruta ortodrómica), y a sólo 2.000 kilómetros al norte de la Antártida.


Fueron descubiertas en 1772 por el francés Yves Joseph de Kerguelen de Trémarec, y todavía hoy pertenecen a Francia como parte de los Territorios Australes Franceses.

Constan de una isla principal (Grande Terre) y de más de 300 islas e islotes, que se hallan en torno al paralelo 50º Sur en la zona denominada “Los cincuenta furiosos”, por los fuertes vientos del oeste que habitualmente soplan en esas latitudes y que pueden llegar a alcanzar los 200 km./h. Debido a las extremas condiciones de viento, frío y humedad, en las Kerguelen no hay ni árboles, ni arbustos, y la única fauna se reduce a focas y pingüinos. Salvo por algunos científicos, que pasan el verano austral en la base Port-aux-Français, están deshabitadas.

Con semejante descripción, no sería de extrañar que hubiera un cartel en la isla principal indicando “aquí no pasó nada en 1940”. Pero no, el caso es que sí pasó “algo”. En diciembre de 1940 recaló en las islas Kerguelen el buque corsario alemán Atlantis (mucho menos conocido que otro célebre corsario de los mares del sur, el Graf_Spee) para pasar las navidades. Durante unas labores rutinarias de mantenimiento, se produjo la primera baja del buque en tiempo de guerra, cuando un marinero se cayó mientras estaba pintando la chimenea. El marinero, Bernhard Herrmann, está enterrado allí en la que se denomina "la tumba alemana más al sur de la Segunda Guerra Mundial"… y este es el gran hito en la historia de las islas Kerguelen.

En definitiva, que en la lista de lugares-en-el-quinto-pino Kerguelen ocupa uno de los primeros puestos. No es de extrañar que cuando James Cook estuvo por allí, en 1776, llamará a estas tierras las «islas de la Desolación».

Esta noche he dejado atrás virtualmente las islas Kerguelen, corriendo el temporal (vientos más de 45 nudos) con tormentín y cuatro rizos en la mayor.

Próxima estación: El cabo Leeuwin en Australia.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Cabo de Buena Esperanza

Bartolomé Díaz fue un marino portugués que participó en el descubrimiento de la ruta marítima a la India.


En la segunda mitad del s. XV los turcos dominaban el mediterráneo y dificultaban la ruta comercial tradicional, así que el rey Juan II de Portugal intentó establecer una ruta marítima bordeando el continente africano, con el objetivo de dominar el comercio de las especias y del oro. En la corte del rey Juan II había un marino que tenía un proyecto para llegar a la India navegando por el océano Atlántico hacia el Oeste. El rey estudió este proyecto pero finalmente lo desechó, con lo que el marino tuvo que viajar a Castilla para ofrecer su proyecto a los Reyes Católicos. El nombre de este marino era Cristóbal Colón, pero esa es otra historia…

En el año 1487, el rey Juan II, organizó una expedición de tres barcos para bordear África por el sur, poniendo al mando de la misma a Bartolomé Díaz. La expedición recorrió la costa occidental de África hasta la actual Namibia y, posteriormente, una violenta tormenta les alejó de la costa llevándolos al sur… pasándose de largo. Más tarde, cuando pudieron retomar el rumbo, comprobaron que ya habían alcanzado el extremo sur del continente africano. Fue en el viaje de retorno cuando doblaron un destacado cabo. Dado que se encontraba en el lugar donde les sorprendió la tormenta, Bartolomé lo denominó “Cabo de las Tormentas”.

Cuando regresaron a Lisboa el rey Juan II, que seguramente había estudiado marketing, rebautizó el Cabo de las Tormentas como Cabo de Buena Esperanza, por ser el lugar que abría la ruta hacia la India.


Irónicamente, Bartolomé Díaz encontró la muerte años más tardes en una tormenta frente a las costas del Cabo de Buena Esperanza… que él había denominado sabiamente el Cabo de las Tormentas.

Por cierto, acabo de doblar virtualmente el Cabo de Buena Esperanza… en medio de un temporal.

domingo, 13 de marzo de 2011

El barco

Tengo que confesar que últimamente estoy enganchado a la serie “El barco”.


A ver. La serie, en si misma, es bastante mala. Los actores son pésimos, en particular Juanjo Artero (Javi, el de “Verano Azul”). El guion es de telenovela barata, el resumen de cada episodio se puede hacer en dos líneas. Y por último, aunque no por eso menos importante, parece que la serie esté patrocinada por una granja avícola, porque no hacen otra cosa que enseñar pechugas y muslos (bueno, ahora que lo pienso, eso no está tan mal). Pero el caso es que el argumento es curioso y toca algunos temas interesantes… aunque sólo sea superficialmente.

Para el que no conozca la serie la resumiré un poco. La acción se sitúa en un escenario apocalíptico. Toda la tierra firme ha desaparecido sumida en una especie de agujero negro (matando a toda la población), sólo persisten los océanos pero todos los barcos se han hundido debido a un tsunami… excepto uno, el velero “Estrella Polar”. Se trata de un buque escuela, gobernado por su capitán, su segundo y su tripulación, en el que viajan, de “pasajeros”, dos profesores y unos veinte chicos y chicas veinteañeros… ah, y las dos hijas del capitán. En total 42 personas, que son la última esperanza de la humanidad.

Cuando se desencadena la catástrofe, todo el mundo a bordo es consciente de que pueden ser los únicos supervivientes del mundo. Es para sobrecogerse, ¿no? Bueno, pues en lugar de eso, salvo algunos momentos de estrés y susto, los protagonistas se pasan el día pensando que si me gusta fulanita, o que si le gusto a menganita.

En mi opinión, habría material para tratar temas más profundos como, la relación entre el poder militar y el civil (el capitán y el “alcalde” electo), los conflictos iglesia-estado (porque han metido en el barco, que casualidad, a un cura), el racionamiento, la supervivencia de la humanidad, la responsabilidad de ser depositarios de la ciencia y la cultura, etc…

Pero desgraciadamente tratan los temas con demasiada frivolidad. Un ejemplo. Un oficial se enemista con el cura, le roba la Biblia (probablemente, el último ejemplar que queda en la Tierra) y amenaza con tirarla al mar. Y el cura le roba los puros al oficial (probablemente también los últimos del mundo) y le amenaza igualmente con arrojarlos al mar. Hombre, un poco más de trascendencia. No se puede frivolizar con el último ejemplar de un libro (aunque sea la Biblia). Se supone que los supervivientes del barco deberían velar por los últimos restos de la cultura, ser una especie de monjes en la Edad Media, atesorando los tesoros de la humanidad.

Es una pena. Deberían haberse inspirado más en la maravillosa serie de ciencia-ficción “Battlestar Galactica”, todo un ejemplo de serie de calidad, en la que se narra una situación semejante y se tratan todos estos temas con mucha más intensidad. En esta serie norteamericana se cuestionan las libertades individuales, ante la existencia de un bien superior como la supervivencia de la humanidad. Por ejemplo: se instaura una ley marcial, se prohíbe el aborto o se permite la tortura de los prisioneros enemigos (los cylons) cuyo objetivo era la exterminación completa de la humanidad. Temas muy delicados, pero muy bien llevados y tratados. Pero claro, esto no es América y tampoco le podemos pedir peras a… Antena 3.

El caso es que, no tiene nada que ver con todo esto, pero llevo unos días dando la vuelta al mundo en un velero.

Sí, la vuelta al mundo el velero. A ver.... me explico. Hay una web que te permite seguir la Barcelona World Race, la vuelta al mundo a dúo sin escalas,… y participar en la regata con un barco virtual por medio de un juego online. Yo me apunté hace un par de semanas, y ya estoy a punto de llegar al Cabo de Buena Esperanza.

Y en el juego puedes personalizar el barco, y ponerle el nombre que quieras. ¿Adivináis que nombre le he puesto al barco?