miércoles, 5 de noviembre de 2008

El primer presidente afroamericano de los Estados Unidos... ¿o no?

Hoy se celebra en medio mundo la elección de Barack Hussein Obama Jr. como el próximo presidente de los Estados Unidos de América, tras vencer a John McCain en las elecciones celebradas ayer.

Se destaca, especialmente, que Barack Obama será el primer negro (o, como gusta decir a los estadounidenses políticamente correctos, afroamericano) en ejercer el cargo presidencial. Pero, hablando con propiedad, Barack Obama no es negro. Es mulato.

Su padre Barack Obama Sr., proveniente de Kenia, era negro; mientras que su madre, Ann Dunham, era una estadounidense blanca. A mi me resulta difícil entender porque si una persona es medio-blanca y medio-negra se pueda decir sin tapujos que "es negra", pero resulte inconcebible decir que "es blanca". Todo esto me recuerda mucho a las Leyes de Núremberg, adoptadas en la Alemania nazi, según las cuales sólo si los cuatro abuelos de un individuo eran "alemanes", se le otorgaba al mismo la distinción de "alemán". Parece como si los "genes negros" del padre de Obama fueran una "mancha" que convierten automáticamente a Obama en "afroamericano", e impidieran que fuera considerado "caucásico" (a pesar de los "genes blancos" de su madre).

Pero es que siguiendo estos razonamientos (en mi opinión claramente racistas), es decir que basta con tener un antepasado de raza negra para ser considerado negro, Barack Obama no sería el primer "presidente negro" de los Estados Unidos de América. Thomas Jefferson, el tercer presidente de los Estados Unidos y autor principal de la Declaración de Independencia tendría el "honor" de ser el primer "presidente negro" ya que tenía un antepasado de raza negra (al parecer, un bisabuelo).

Claro que la lista de "presidentes negros" no acaba aquí. Historiadores de raza negra, han escrito extensamente sobre los antepasados negros de los presidentes Andrew Jackson, Abraham Lincoln, Warren G. Harding, Calvin Coolidge y Dwight Eisenhower, además del citado Thomas Jefferson. Si estos historiadores estuvieran en lo cierto, Obama no sería el primer presidente negro de la historia de los Estados Unidos... sería el séptimo.

Eso sí, la diferencia entre Obama y los anteriores "presidentes negros" es que estos pasaban por blancos y evitaban mencionar sus orígenes negros.

1 comentario:

Rodrigo Díaz dijo...

Extracto del artículo "Palabras que nos piensan" de Jose María Ruiz Soroa, que me ha parecido muy ilustrativo:

"Se han planteado alguna vez el por qué todos llamamos «negro» a Barack Obama? Puede parecer una pregunta estúpida de respuesta obvia («le llamo negro porque es negro»), pero contestarla es más complejo de lo que parece y, sobre todo, nos enseña mucho sobre la asunción inconsciente de ideologías.

Convenga conmigo, amigo lector, que a Barack Obama se le podría denominar con la misma corrección y propiedad tanto «negro» como «blanco», puesto su ascendencia biológica hace que en su genotipo se mezclen a partes iguales las características físicas que supuestamente configuran los grupos humanos así denominados. Y, a pesar de ello, a nadie se le ocurre llamarle blanco, ni siquiera mestizo o mulato, sino que todos le calificamos de negro ¿Cómo es ello?

La cuestión no tiene respuesta lógica ninguna a no ser que aceptemos que la raza no es una categoría biológica, sino una realidad socialmente construida. Es una convención a través de la cual los grupos humanos establecen arbitrariamente distinciones categoriales entre las personas en base a algunos de sus rasgos fenotípicos manifiestos, siendo el grado de claridad u oscuridad de la piel uno de los más utilizados.

Pues bien, en Estados Unidos ha tenido vigencia desde antiguo una regla muy particular en la construcción social de la raza. Es la regla de la hipofiliación, en virtud de la cual cualquier persona que poseyera un antepasado (incluso un bisabuelo) de una de las razas consideradas inferiores, quedaba automáticamente adscrito a ella. Se colocaba a las personas en el estatus inferior de todos los que teóricamente le pudieran corresponder por su filiación biológica, o dicho de otra forma, la parte de sangre de calidad inferior contaminaba a todas las demás. Esta regla sigue siendo socialmente asumida en los Estados Unidos, e incluso está legalmente sancionada en muchos Estados de la Unión a la hora de clasificar racialmente a las personas.

La regla estadounidense de la hipofiliación se aplica a todas las categorías raciales que los blancos dominantes han considerado inferiores, tales como afroamericanos, hispanos, asiáticos o aborígenes americanos. Es típica de una sociedad en la que se ha utilizado el constructo «raza» para garantizar a un grupo determinado una posición de superioridad incontestable. En esa sociedad, la frontera entre el grupo superior y los inferiores debe estar rígida y terminantemente trazada para asegurar el estatus privilegiado del primero. No caben situaciones raciales fluidas, ambiguas o mezcladas, sino que el grupo dominante expele fuera de sí a cualquier persona de rasgos impuros.

Así las cosas, sucede que cuando calificamos de «negro» al candidato americano estamos asumiendo inconscientemente toda una ideología particular del grupo dominante estadounidense, estamos haciendo nuestra, aún sin saberlo, una muy particular regla para clasificar a las personas por el fenotipo más bajo de sus antepasados. Y es que las palabras, que en principio creemos que son neutras y objetivas, están marcadas por significados profundos que no se dejan ver, pero que nos fuerzan a ver el mundo de una determinada forma.

Si alguien dijera que Barack Obama es blanco, le miraríamos con extrañeza y asombro, hasta tal punto hemos asumido el pensamiento hegemónico. En cierto sentido, puede decirse que no somos nosotros los que pensamos, sino que las palabras y las metáforas ampliamente generalizadas terminan por «pensarnos ellas a nosotros»
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